martes, 20 de abril de 2010

Crónica Tipográfica —María Daniela Bohórquez. Marzo 5, 2007

Hay un momento crucial en la vida del estudiante promedio de Tipografía. Un momento en el que éste se pregunta: ¿Pasaré la materia? Lo cual no se aplica a aquellos que vienen asegurando su nota desde principios de semestre, por supuesto. Mi nombre es María Daniela. “Bohórquez” para el resto de mis compañeros, y también para el Profe.

Durante los registros, no se puede evitar ser advertido por estudiantes mayores acerca de las terribles desgracias y torturas que acontecen durante clases y que experimentarás si eliges a tal o cual profesor, o si eres designado a cierta aula denominada “El Salón Barajado.”

Uno, como buen novato, puede creer en todo lo que escucha, o hacer caso omiso de los buenos consejos. Mi caso es diferente. Supongo que hay personas como yo, que deciden hacer exactamente lo contrario a lo que se les indica. Será por eso que terminé en clases de Dibujo Artístico de 6 a 8 de la noche, cuando todas mis clases eran de mañana, o desistí de entrar a la Católica, cuando eso era lo que todos mis familiares querían.

En fin, uno es mal llevado y eso... No lo niego. Cuando alguien me dice: “Tú no puedes,” quiero demostrar lo contrario. Por eso cuando escuché: “No te registres aquí,” eso fue justamente lo que hice.

Consideré arrepentirme, ya que mis clases comenzaban a las 7 de la madrugada, y mi reloj biológico se negaba a ajustarse a dicho horario... Las siete cuadras que separan la parada de bus de la entrada principal de la U se estiraban como en una pesadilla en la que caes y nunca tocas el suelo.

A las siete y quince minutos, me daba cuenta que todo esfuerzo había sido en vano. El salón 303 (trescientostres) había cerrado su portal mágico a todo estudiante impuntual cinco minutos pasadas las 7.

—Miseria, desgracia, desdicha, maldad...

—¿Qué pasó? —Patricia, mi mejor amiga, me consoló al ver mi rostro de total derrota ante la situación.

—Me cerraron la puerta en Tipografía. Ya no alcancé. Es que... accidentalmente llegué tarde...

—Ah... O sea, ¿accidentalmente te quedaste dormida...?

—Algo así... Y tú, ¿por qué no estás en clases?

—Ah, es que el profe no vino.

—¿Tipografía también?

—Sí, pero casi nunca voy a clases. Y aún así, creo que el profesor tiene más faltas que yo.

Qué pena que los profesores no se puedan quedar de la materia por faltas. En nuestro caso sí. Más de diez y para afuera. Por eso los que habían faltado demasiado optaron por retirarse. ¿Comenzamos alrededor de veinte? Poco a poco fuimos disminuyendo en número. Para el examen final, tan sólo quedaban ocho, o al menos, hasta allí llegó mi cuenta.

Luego se corrió el rumor de que el Profesor tenía tendencias asesinas, ya que sus alumnos desaparecían por arte de magia. A mí no me consta, y me los encontraba en otras materias, con cara de perdidos ante tanta tensión y falta de tiempo.

—Y, Marrasquín, ¿por qué ya no vas a Tipografía?

—Ya me retiré. Igual ya me quedé por faltas, ¿para qué voy a ir?

—No seas tonta, ¿tú sabes cuánto vale una materia?

—Lo sé, pero corro el riesgo de perder esta materia, y ésta, y ésta también —me decía, enumerando con los dedos.

Y...

—¡Oye Solís, te he estado esperando en el turno de 2 a 6 y tú ni asomaste! ¡Pilas, que te puedes quedar!

—Ah, es que me olvidé decirte que me había retirado...

—¡Qué! ¡Otra más! Ya Juanito tiró la toalla también...

No soy especialmente aplicada. Pero tampoco voy a perder una materia sin intentar salvarla, por lo menos. Claro que debí haber sido más responsable desde un principio, pero la ley del último minuto te tira para abajo peor que gravedad.

Y yo, que de responsable no tengo un pelo...

Un estudiante de Diseño responsable entrega sus deberes así tenga que poner el mundo patas arriba. No vayan a creer que yo soy así. Soy todo lo contrario, de hecho. Bueno, depende...

Un buen estudiante sabe cómo distribuir su tiempo, y así encontrar las horas para cada una de sus materias. Yo no soy precisamente organizada, soy un desastre total. Un estudiante modelo tiene buenas ideas, es creativo, es simpático, nunca mete la pata (yo vivo metiéndola, en todo sentido), es limpio, formal, puntual...

Un estudiante, como Cedeño, por ejemplo, se preocupa por aprender, investigar, preguntar. Yo sólo tengo curiosidad, y energías. La verdad, Christian (Cedeño) me terminó cayendo demasiado bien. No durante los primeros día de clases, desde luego, pero cuando nos tocó trabajar en el mural que él mismo diseñó, me di cuenta de que compartíamos muchos gustos. Hasta intercambiamos ánime y hablamos de Harry Potter.

Un estudiante vago, como los que se botaron, no se toma siquiera la molestia de intentar poniéndole ganas. Yo digo: el que no juega, no gana.

Pero ya que estoy divagando, ¿mencioné que se nos pegó la costumbre del Profe JD de llamar a la gente por el apellido? A mitad del semestre, me sabía los de todos mis compañeros; no así sus nombres, o apodos.

—Oye, Singre, ¿sabes a cuándo viene Cedeño?

—No, eso sabe Maldonado... El que viene ya mismo es Marlon.

—¿Quién?

—Eh... Quintanilla.

—¡Ah, Quintanilla!¡ Ese man me cae chévere!

No seré la mejor... pero tampoco soy tan mala. Cuando pongo de mi parte, las cosas me salen... medianamente bien. Quizás, si tuviera un poco más de voluntad, podría destacar.

Quizás, si dejara de ver tanto ánime, o de leer tantos cómics, tendría más tiempo para dedicarme. Pero me gustan tanto, que se me hace verdaderamente difícil dejar una historia a medias, cuando puedo saber qué sucede al final.

Por eso me sorprendí muchísimo cuando me enteré de la afición de Santibáñez-Sensei por los cómics, y entre éstos, el género manga, del cual tenía versiones digitales que, muy generosamente, me obsequió.

¡Je, je, superen eso! Fui la envidia de muchos Otakus durante los últimos meses del ciclo pasado. Debería haber más profesores así.

A veces me arrancan unas ganas locas de reír y llorar al mismo tiempo, cuando encuentro a mis compañeros de Tipografía, de tantas cosas que llegamos a vivir en pocos meses. Que serán inolvidables, eso sí. ¿Cómo olvidar las embarradas en pintura de caucho y esmalte? ¿O la machonada subida de punto, cuando me tocaba pintar descalza sobre las mesas de dibujo? Eso sí no tiene precio.

Los mejores momentos: una vez terminado nuestro mayor proyecto, el mural que tanto esfuerzo, tiempo y ojeras nos costó y que nos unió como nada más lo hubiera hecho, que no fueran las horas que pasamos encerrados en los talleres de pictóricas terminando los cuadros impresionistas...

Las peleas entre uno y otro. Maldonado discutiendo conmigo, yo amenazándolo con un Kamejameja (nadie dice que Dragon Ball no es ánime y vive para contarlo), o con desayunármelo con mayonesa (porque aparte de Otaku, también tengo delirios de lobo), la originalidad de Cedeño, la seriedad de Burgos, la fuerza de Quintanilla...

Y yo, si algo se podía decir de mí, es que siempre encontraba algo de qué reírme. Me burlaba de Gómez en sus imitaciones de Rebelde y Julio Jaramillo, o cada vez que Quintanilla le preguntaba a Hurtado que qué demonios hacía él ahí si ya estaba prácticamente quedado por faltas y renuencia.

Cuando no había más de que reírse, me reía de mí misma.

El día del examen, llegué con mi camiseta naranja de Dragon Ball, y con un semestre de teoría en la cabeza. Aclaré todas mis dudas con Cedeño y Maldonado, que aprovecharon para cantarme la introducción de las Esferas del Dragón a pesar de mis protestas, y de mis inquietudes acerca del origen del Constructivismo. Después de persignarme, me dirigí al Salón Barajado, muy pálida, e invocando a todos los santos que por su intersección, consiga anotar el mínimo puntaje para no perder la materia.

Cuando el Profe me dio mi cuestionario —no sin antes de mandarme a buscar una pluma negra y regresar— supe que podía contestar casi todo. Suspiré aliviada y contesté lo que sabía, en menos de las dos horas que teníamos para el examen.

Al día siguiente revisé mi nota en línea. Había conseguido pasar la materia. Debería avergonzarme de admitir que la noticia me tuvo dando saltos de contenta, y pegando gritos por doquier, con eso de que pasé Tipografía, a todo el que conocía...

—Eso sí que es un gran logro... una hazaña. Deberían darte un trofeo. No cualquiera pasa esa materia con JD Santibáñez.

—Sí, pero es que yo, tú sabes, ¿qué se podía esperar de mí, sino eso?

—A ti te temblaban las patitas de sólo pensar en que tenías que sacar treinta puntos de cuarenta para pasar.

—Cállate, eso no lo debe saber nadie...

—La próxima vez no seas tan vaga...

—No hables, que yo por lo menos recibí clases de Tipografía, no como otros...


Marzo 2007

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